La economía de Argentina se contraerá, golpeada por una inflación desorbitada, tasas de interés en alza, un peso que cae en picada y ahorros agotados. Los vientos de frente de la economía global y la sequía interna complicarán aún más las cosas.
La economía argentina creció 1,3% interanual en el primer trimestre, tras una expansión del 1,5% en el trimestre anterior. La desaceleración se debió a la caída de la inversión fija y las exportaciones. La inversión en capital fijo fue lastrada por un entorno económico incierto, los abultados desequilibrios macroeconómicos, la suba de las tasas de interés y las restricciones a la importación. En el frente exterior, las exportaciones de bienes y servicios se desplomaron debido a una sequía histórica y a las múltiples restricciones cambiarias existentes.
Por su parte, el gasto de los hogares aceleró levemente, ya que la inflación galopante y las expectativas de una mayor intensificación de las presiones inflacionarias en un contexto de hundimiento del peso estimularon la propensión de los consumidores a gastar una moneda que vale cada vez menos.
El PIB real sólo ha aumentado alrededor del 13% desde los niveles anteriores a la crisis financiera global de 2008, lo cual se traduce en un crecimiento negativo del PIB per cápita. Para peor, desde el cuarto trimestre de 2007, el consumo público ha crecido en casi 50%, mientras que la inversión fija ha promediado una tasa de crecimiento poco superior al 1% anual y las exportaciones netas han quitado empuje a la economía.
En cuanto al segundo trimestre, las cifras disponibles sugieren que la economía siguió debilitándose. El aumento de la inflación en abril y mayo (cuando alcanzó la exorbitante cifra del 114,3%) y las tres subas adicionales de tasas por parte del Banco Central (con la Leliq a 28 días situándose en el 97%), sumados a la caída prolongada del peso, dibujan un panorama sombrío. Además, las reservas del país han seguido cayendo en el segundo trimestre debido a la prolongada sequía que reduce las exportaciones agrícolas y a las intervenciones en el mercado de divisas.
Los problemas a los que se enfrenta la economía argentina son múltiples y muy serios.
En primer lugar, la inflación. El abultado gasto fiscal ha sido la causa subyacente de las elevadas tasas de inflación de Argentina, ya que, de acuerdo con el Tesoro y en un entorno caracterizado por un acceso limitado al endeudamiento, el Banco Central ha recurrido sistemáticamente a la financiación monetaria del déficit fiscal y la refinanciación de la deuda. Las perspectiva de déficit fiscal para 2023 no son halagüeñas: datos recién publicados muestran que los ingresos fiscales disminuyeron en el trimestre finalizado en mayo debido a la reducción de los impuestos relacionados con el comercio y los ingresos por el impuesto sobre la renta.
Actuando de tal manera, el Banco Central ha ampliado la base monetaria, a su vez alimentando una inflación descontrolada. A este factor institucional, se han añadido otros más contingentes, tal como un deterioro de las expectativas de inflación y de tipo de cambio, las restricciones a las importaciones que encarecen los precios de los alimentos básicos y los elevados impuestos. Huelga decir que la inflación impacta en mayor medida sobre los sectores informales, los más débiles, que se calcula que representan alrededor del 45% de la población en edad laboral.
En la gestión del peso por parte del Banco Central encontramos otros de los grandes problemas de la economía argentina. En vez de permitir un libre mercado de intercambio de divisas, el BCRA interviene de forma continua y sistemática en el mercado oficial para que la tasa de devaluación del peso se mantenga dentro de ciertos límites. Existen, por lo tanto, múltiples tipos de cambio que sirven de subsidio a contados sectores al permitirles acceder a divisas a tipos muy diversificados, lo que distorsiona la actividad económica, quita eficiencia y por lo tanto productividad a la economía y alimenta una asignación «política» y muy poco transparente de los recursos.
Recientemente, se ha intentado mantener a raya una sostenida devaluación desde que resurgieron las presiones monetarias a principios de abril, cuando se hizo evidente el enorme impacto de la sequía en las cuentas exteriores y, por ende, en la disponibilidad de dólares. La falta de dólares exacerbada por la sequía, una política fiscal poco responsable y el dominio fiscal al que está sometido el Banco Central de Reserva contribuyen a debilitar el peso, y además engendran expectativas de ulteriores depreciaciones futuras que se ven reflejadas de inmediato en tasas de depreciación del peso todavía más aceleradas.
Sin credibilidad fiscal y monetaria, el país no podrá volver a niveles de inflación compatibles con un desarrollo equilibrado, basado en la acumulación de capital productivos y el consiguiente aumento de la productividad y los salarios. Por añadidura, el acceso extremadamente restringido del país al mercado de capitales internacionales significa que la pérdida de dólares debida a las restricciones cambiarias y a la sequía, traduciéndose en un déficit por cuenta corriente, continuará reduciendo las reservas de divisas, aumentando el ya elevado riesgo de una crisis monetaria.
Pronostico Qué dijo Domingo Cavallo sobre la inflación
Las perspectivas económicas para el conjunto de 2023 son sombrías. Argentina será el país más rezagado de la región. La economía se contraerá, golpeada por una inflación desorbitada, tasas de interés en alza, un peso que cae en picada y ahorros agotados. Los vientos de frente de la economía global y la sequía interna complicarán aún más las cosas. La incertidumbre derivada de las elecciones generales de octubre y el altísimo riesgo de impago de la deuda ensombrecen aún más las perspectiva
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