En los 90 fueron primero Japón y también Corea del Sur. También Malasia y Singapur fueron capitalistas tardíos. ¿Los Estados que llegan a instalarse les cierran la puerta a los que vienen detrás? ¿Qué ocurre con nuestro país?
Ha-Joon Chang es, posiblemente, uno de los pocos surcoreanos conocido y reconocido como economista. Su irrupción en el grupo de economistas globales selectos se relaciona con su contribución al análisis del proceso del desarrollo de los países capitalistas tardíos. La primera experiencia de desarrollo tardío conocida fue la de Japón. Su éxito consistió en un elevado crecimiento extendido por alrededor de 30 años a tasas significativas, interrumpidas a partir de los años 90s. Este período de expansión le bastó para convertirse en una potencia mundial. Corea del Sur fue su mejor alumno y, tras un lapso de tiempo similar de crecimiento a tasas “chinas”, logró que su población tenga un nivel de vida similar al de los países europeos occidentales.
Chang se hizo famoso por narrar estos sucesos debido a que hay una interesante historia por detrás. En 1993 el Banco Mundial publicó un informe relatando el éxito económico del Este Asiático, lo que incluía a Japón y Corea, pero además a Hong Kong, Malasia, Singapur, Indonesia y Tailandia. Allí se reconoce que estas economías habían llevado a cabo una amplia intervención gubernamental asociada a este proceso.
Pero en un giro inesperado, el informe reintrepreta el milagro económico de estos países como una confirmación de su enfoque “favorable al mercado”, que abarca la estabilidad macroeconómica, la formación de capital humano, la apertura al comercio internacional y un entorno favorable a la inversión privada y la competencia. Más aún, el Banco concluye que la mayoría de las intervenciones que funcionaron allí, como las estrategias de promoción de exportaciones o la protección arancelaria, eran demasiado arriesgadas para ser imitadas.
Es aquí donde el trabajo de Ha-Joon Chang toma relevancia. Su primer éxito como economista académico pero además divulgador fue Pateando la Escalera (Kicking Away the Ladder). Allí muestra que las medidas intervencionistas no fueron distintivas del Este Asiático, sino que tuvieron un rol fundamental en el desarrollo de los actuales países avanzados, como Estados Unidos. Una vez que estos países alcanzaron una posición dominante en la economía global, sin embargo, comenzaron a presionar por la liberalización económica y la eliminación de barreras comerciales en los países en desarrollo. En pocas palabras, tras subirse al éxito estas economías “patearon la escalera” de la trepada hacia la prosperidad.
Chang comienza entonces su carrera de economista popular como un defensor de las políticas activas de desarrollo, tomando luz de estas experiencias empíricas. En un mundo donde las posiciones amigables con el mercado concentraron la agenda de investigación y de políticas económicas, Chang se transformó en una de las escasas referencias defensoras de las políticas de intervención.
Pronto su misión se extendió a repensar la disciplina económica toda, publicando manuales destinados a revisar la historia del capitalismo, y también las acríticas versiones del liberalismo de mercado que se enseñan en los libros de texto tradicionales. Entre estos proyectos resalta Economía para el 99% de la población, donde repasa las nociones básicas de economía con un tono heterodoxo. Allí proliferan las diferentes perspectivas de las escuelas de pensamiento, y por supuesto de defienden las agendas intervencionistas y de planificación.
Su última incursión en el mundo de la divulgación económica es Economía Comestible: un economista hambriento explica el mundo, un libro entretenido que revela un costado inexplorado del autor, que es su fascinación por las comidas del mundo y sus ingredientes. La comida es la excusa para hablar sobre los temas de economía que él considera cruciales.
Cada capítulo se estructura en tres partes. El título y la introducción del capítulo se corresponde con alguna comida, producto básico o ingrediente clave de una receta (por ejemplo, el coco). Luego se desarrolla la importancia estratégica relacionada con este alimento o sus aplicaciones culinarias a lo largo de la historia del capitalismo, destacando su relevancia en el auge y decadencia de algunas economías.
Finalmente, Chang conecta lo comestible con la teoría económica, para explicar conceptos y marcar las recomendaciones que surgen de sus trabajos de investigación de libros anteriores. La diversidad de los manjares elegidos no impide a Chang establecer, a lo largo de sus páginas, una receta estandarizada de las políticas que se deben encarar para prosperar.
Antes de concentrarnos en ellas, vale consignar que Chang reconoce en este libro que los procesos de desarrollo no son una tarea sencilla. Una noticia algo triste para un estilo generalmente optimista del autor, pues sugiere que las experiencias del Este Asiático no parecen factibles de ser replicadas en todos los países. Dejando de lado el caso chino y sus particularidades, es cierto que existen algunas economías prometedoras para reproducir parcialmente el caso coreano como Vietnam, Filipinas, o incluso India o Bangladesh, pero no puede decirse lo mismo de buena parte de América Latina o de las economías africanas.
Chang, de todos modos, no se rinde ante la insuficiente universalidad de su programa, e identifica como fundamentales los mismos ingredientes que figuran en sus trabajos previos: austeridad en el consumo interno, planificación industrial, protección de la industria “infante”, crédito público direccionado, y un énfasis en el estímulo a los sectores con alto valor agregado.
Nótese que estas ideas no replican la agenda rotulada como “populista”, y que se ha denunciado como enraizada en algunos países de nuestra región. Chang rescata la centralidad de poner foco en la “oferta”, e incluso de propiciar la creación de grupos monopólicos nacionales para exportar manufacturas, algo que no cuadra del todo con las visiones de crecimiento “empujadas por la demanda”, que privilegian el mercado interno y el control a las firmas y sus actividades.
Chang visitó hace poco nuestro país para brindar algunas conferencias donde explica sus aportes principales. Pero la situación actual, lamentablemente, requiere un esfuerzo extra para encontrar aplicaciones de sus ideas a nuestra realidad. Desde luego, no hay nada en Economía Comestible que nos permita aprender a gestionar nuestras endémicas taras macroeconómicas, pero el problema de la aplicación de las políticas de Chang va algo más allá. La insistencia del autor en denunciar la actitud de los países avanzados de “impedir el desarrollo del resto” (lo que, es cierto, parece explicar algunas de sus conductas en las negociaciones comerciales internacionales) no suena del todo convincente o útil, por distintas razones.
Primero, algunas experiencias de crecimiento sostenido (aunque lejos de equipararse con las del este asiático) sugieren que la receta de Chang admite variantes. La exportación de commodities y/o de servicios ha contribuido a una expansión persistente en Chile, Perú, Canadá o Australia, y muchos apuestan a que será esencial en el futuro económico de la India. En estos procesos, inclusive, la intervención y la planificación estatales parecen haber tenido un rol secundario.
Segundo, la denuncia de que las naciones ricas maniobran para impedir el crecimiento ajeno podría confundir a los lectores y hacerlos pensar que la economía es un juego de suma cero, algo que Chang sabe muy bien que no es cierto. Estados Unidos se quejará de que China le birló varios empleos industriales, pero su economía festeja cuando el gigante asiático crece fuerte y le permite seguir haciendo negocios rentables.
Tercero, registrar que las naciones ricas se han desarrollado en base a protección y planificación no nos dice mucho acerca de qué políticas perseguir por estos lares. La estructura de la economía global muta y con ella mutan las estrategias. Fuera de las visiones extremas, en la academia hay cierto consenso de que el desarrollo requiere la cooperación público-privada, pero el diablo está en los detalles.
¿Qué sectores existentes privilegiar? ¿Cuáles no existentes promover? ¿Qué herramientas específicas de política utilizar? En un contexto inestable como el de Argentina estos interrogantes se potencian, transformándose en verdaderos dilemas para un Estado diezmado en sus capacidades y en su financiamiento, y un sector privado de baja eficiencia y nula motivación tras muchos años de estancamiento.
Más allá de sus usos específicos, Economía Comestible es un libro para disfrutar. El autor se muestra magníficamente ilustrado y un verdadero apasionado a la hora de degustar literariamente los alimentos y bebidas que se encuentran en la alacena de sus páginas.
El recorrido por las alternativas al “Washington Consensus” neoliberal también luce saludable, sobre todo para aquellos que no han conocido otras opciones. Lo que no podemos esperar de este libro, ni de las ideas de Chang en general, es que nos brinde un catálogo de soluciones a nuestras dificultades mediante la mera traslación de las políticas coreanas de los 80s y 90s a la compleja realidad argentina actual.
“Economía Comestible” (fragmento)
Mientras mi universo gastronómico se expandía a la velocidad del rayo, el otro universo al que pertenecía —el de la economía- parecía, lamentablemente, ser absorbido por un agujero negro. Hasta la década de 1970 la economía estuvo poblada por una amplia gama de «escuelas» con distintas visiones y metodologías de investigación: la clásica, la marxista, la neoclásica, la keynesiana, la desarrollista, la austríaca, la schumpeteriana, la institucionalista y la conductista, por nombrar solo las más significativas. A veces se enfrentaban en un «combate a muerte»: los austríacos contra los marxistas en los años veinte y treinta, o los keynesianos contra los neoclásicos en los años sesenta y setenta. En otras ocasiones, las interacciones eran más benignas.
Gracias a los debates y experimentos políticos que llevaron a cabo los diferentes gobiernos en todo el mundo, cada escuela se vio obligada a perfeccionar sus argumentos. Las distintas escuelas tomaban ideas prestadas unas de otras (a menudo sin el debido reconocimiento). Algunos economistas incluso probaron a fusionar distintas teorías. La economía hasta la década de 1970 se parecía, por tanto, a la escena gastronómica británica actual: muchas cocinas diferentes, cada una con puntos fuertes y débiles, compitiendo por la atención, todas ellas orgullosas de sus tradiciones, pero obligadas a aprender unas de otras, con numerosas fusiones deliberadas y no intencionadas.
Desde la década de 1980, el panorama de la economía se ha convertido en algo semejante al de la gastronomía británica previo a la década de 1990. Una sola tradición —la economía neoclásica— se ha convertido en el único plato del menú. Una tradición que, al igual que el resto de las escuelas, tiene sus puntos fuertes, pero también graves limitaciones. La preeminencia de la escuela neoclásica es una historia compleja, que no podemos tratar aquí como corresponde. Sea cual sea la causa, la economía neoclásica es hoy tan predominante en la mayoría de los países (con la excepción de Japón y Brasil y, en menor medida, Italia y Turquía) que el término «economía» se ha convertido para muchos en sinónimo de «economía neoclásica».
Este «monocultivo» intelectual ha reducido el acervo intelectual sobre el tema. Pocos economistas neoclásicos (es decir, la gran mayoría de los economistas actuales) reconocen siquiera la existencia, por no hablar de los méritos intelectuales, de otras escuelas, y los que lo hacen postulan que son inferiores. Algunos conceptos, afirman, como los de la escuela marxista, «ni siquiera son económicos».
Aseguran que las pocas ideas útiles que han llegado a tener esas otras escuelas —como, por ejemplo, la idea de «innovación» de la escuela schumpeteriana o la idea de «racionalidad humana limitada» de la escuela conductista— ya están incorporadas a la «corriente principal» de la economía, es decir, a la neoclásica. No se dan cuenta de que esas incorporaciones no son más que simples «aditamentos», como la patata asada de la pizza en Pizzaland.
Quién es Ha-Joon Chang
♦ Nació en Corea del Sur en 1963. Es uno de los economistas heterodoxos más destacados del mundo.
♦ En su obra, especializada en economía del desarrollo, ha sido ampliamente crítico del liberalismo.
♦ Entre sus libros se cuentan Economía Comestible, 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo y Economía para el 99% de la población.
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